jueves, 21 de agosto de 2014

“Breve historia de la Argentina” de Romero


“Breve historia de la Argentina” de Romero sigue consolidándose como un clásico contemporáneo. Quizás no sea, como se pretende dar a entender en la tapa de la última edición, una llave acabada –o un conjunto de ellas- con la cual abrir las puertas simbólicas al pasado, presente y futuro de esta nación, pero al menos llega a ser algo parecido al material con el cual alguien, eventualmente, podría llegar a tallar algo tan sutil como aquella llave.

El lector que pretenda tener una noción básica y general de la historia de la Argentina sabrá disfrutar la dinámica del libro, que se presenta ágil, simple y directo. El relato se sucede mayormente entre hechos puntuales, contados de manera sintética, porque esa es la noción general del libro. Este lector se encontrará con la narración de los hechos, que por sí mismos presentan las potencialidades necesarias para empezar un cuestionamiento sobre el transitar de nuestra nación. Sin dejar de transmitir una determinación ideológica, el autor no abunda como para que el diálogo con el lector no se concrete y las polémicas terminen cerradas. Si este se anima lo suficiente, los cuestionamientos serán muy ricos.

El lector más entendido deberá reconocer las omisiones (la Batalla de Vuelta de Obligado, la campaña del desierto de Rosas y la de Roca, el asesinato de Peñaloza); tratar de contextualizarlas en el intento sintético del autor, en el desafío de presentar la historia argentina en un todo abarcativo. El mismo Leopoldo Lugones en “Historia de Sarmiento” supo reconocer el trato indebido hacia Peñaloza, en tanto su condición de ex general de la nación, y con respecto a Rosas supo reconocerle un buen accionar en lo que respecta a la noción de territorio nacional, en oposición a las especulaciones desde los unitarios de Montevideo, que pusieron en riesgo gran parte del mismo.

Como se dijo anteriormente, el autor accede a cierto posicionamiento ideológico y es muy claro al dedicarle a Rosas una carilla entera –bastante para el ritmo natural del libro- en las que comenta los atrasos de la nación a lo largo del período en que él estuvo al mando del país. El lector crítico podrá transitar una disputa ideológica con el escritor, en caso de pretenderla, sin por eso hastiarse, como sucede tantas veces con escritos que transmiten una intención ideológica cerrada, dejando de lado la complejidad misma de cada hecho histórico – complejidad intrínseca por cierto. Esa no es la intención de la obra en absoluto, y hay ahí otro  punto fuerte a favor del libro.

La noción de relato se concreta además con la agrupación en cuatro eras características de nuestra historia: era indígena, era colonial, era criolla y era aluvial, que funcionan como cuatro patas monumentales que sostienen a la historia argentina. Una mirada hacia la primera de estas eras deja en claro una gran falta que sufrimos como nación: conocemos muy poco sobre lo anterior a la época de la colonia. Las pinceladas descriptivas sobre el modo en que vivían los indios nativos no son más que un intento de armar algo de la historia sobre aquellos pueblos, de los que se sabe como único hecho histórico el sometimiento que tuvieron que pasar una vez llegado el conquistador. Luego del sometimiento vinieron las muertes en masa y lo más triste de todo: el gusto amargo y prolongado que deja saber que además hubo desaparición cultural.

Luego de transitar las agitadas eras que moldearon a la nación, hacia una identidad característica  -era colonial y criolla -, se llega a la era aluvial, que desafía al autor porque es entonces donde debe desarrollar los hechos cercanos al hoy de la Argentina. Se describe la dinámica propia de los cambios contemporáneos sin dejar de opinar de manera concisa pero directa. No se escatima en hacer referencia al el reiterado fraude electoral de los gobiernos conservadores, ni de hablar de “Alarde de demagogia”, “Demagogia verbal” por Perón.

El hijo de José Luis Romero, Luis Alberto, se encarga de continuar la breve historia de la Argentina, añadiendo capítulos que muestran lo ocurrido luego de 1973 hasta el año 2013. Lo hace en plena sintonía técnica y  armonía estética con los anteriores capítulos escritos por su padre. Lo hace también poniendo como protagonista al concepto de “democracia”, otorgándole la ponderación que se merece.

La descripción que se hace en cada una de estas eras, en el transcurrir en el relato de los hechos, brinda una noción precisa de qué se le jugó a la nación en esos momentos. Son cuatro momentos característicos de nuestra historia y en ese punto también acierta el autor: hay un buen ordenamiento de los hechos para que se comprenda qué valores entraban juego, que conceptos se definían en el desarrollo de la nación.

Por último, la obra tiene cierto color actual, más allá de estar escrita en su mayor parte cinco décadas atrás. El modo en que se dinamizan los conceptos permite pensar a la Argentina a través del presente, con todos los cuestionamientos que sean necesarios.

domingo, 17 de agosto de 2014

Presentación




Una de las cualidades más cautivantes de la literatura es la de poder contener cualquier entidad existente en el universo. La historia, por supuesto, entra en ese universo. Lo hace con la particularidad de mantener algunas veces una relación dinámica con la literatura: ambas pueden devenir en la otra.
Los ejemplos en nuestro país son muchos y muy ricos. Moreno, Belgrano, Castelli: todos escritores pertenecientes a nuestra elite intelectual encargada de darle letra al movimiento emancipatorio de Mayo de 1810. Los integrantes de la generación del 37, encargada de sentar las bases de la república, además fueron autores de los primeros clásicos nacionales: Echeverría con El Matadero, Sarmiento con Facundo, Mármol con Amalia. A través de la literatura se intentó dar identidad a una nación necesitada de héroes, mitos, un pasado en común. El Martín Fierro es nuestro libro nacional y, tiempo después, los modernistas intentaron reivindicarlo, a la vez que pretendieron un segundo proceso de creación de una literatura nacional. Además, esa generación, si bien renegó de Lugones, también lo supo tener como maestro. Hay ensayos que afirman que con el suicidio del poeta se termina el modo de ser del escritor comprometido enérgicamente con la política nacional.
No hay mejor modo de conocer a un personaje histórico que teniendo en cuenta su producción misma como elemento primordial. Al mismo tiempo, ningún escritor deja de ser un escritor de su tiempo. Hechos y letras se conjugan dinámicamente en una misma cosa. Letras por la historia intentará recorrer la historia desde un modo literario y la literatura desde un modo historicista.