“Breve historia de la Argentina” de
Romero sigue consolidándose como un clásico contemporáneo. Quizás no sea, como
se pretende dar a entender en la tapa de la última edición, una llave acabada
–o un conjunto de ellas- con la cual abrir las puertas simbólicas al pasado,
presente y futuro de esta nación, pero al menos llega a ser algo parecido al
material con el cual alguien, eventualmente, podría llegar a tallar algo tan
sutil como aquella llave.
El lector que pretenda tener una noción
básica y general de la historia de la Argentina sabrá disfrutar la dinámica del
libro, que se presenta ágil, simple y directo. El relato se sucede mayormente
entre hechos puntuales, contados de manera sintética, porque esa es la noción
general del libro. Este lector se encontrará con la narración de los hechos,
que por sí mismos presentan las potencialidades necesarias para empezar un
cuestionamiento sobre el transitar de nuestra nación. Sin dejar de transmitir
una determinación ideológica, el autor no abunda como para que el diálogo con
el lector no se concrete y las polémicas terminen cerradas. Si este se anima lo
suficiente, los cuestionamientos serán muy ricos.
El lector más entendido deberá reconocer
las omisiones (la Batalla de Vuelta de Obligado, la campaña del desierto de
Rosas y la de Roca, el asesinato de Peñaloza); tratar de contextualizarlas en
el intento sintético del autor, en el desafío de presentar la historia
argentina en un todo abarcativo. El mismo Leopoldo Lugones en “Historia de
Sarmiento” supo reconocer el trato indebido hacia Peñaloza, en tanto su
condición de ex general de la nación, y con respecto a Rosas supo reconocerle
un buen accionar en lo que respecta a la noción de territorio nacional, en
oposición a las especulaciones desde los unitarios de Montevideo, que pusieron
en riesgo gran parte del mismo.
Como se dijo anteriormente, el autor
accede a cierto posicionamiento ideológico y es muy claro al dedicarle a Rosas una
carilla entera –bastante para el ritmo natural del libro- en las que comenta
los atrasos de la nación a lo largo del período en que él estuvo al mando del
país. El lector crítico podrá transitar una disputa ideológica con el escritor,
en caso de pretenderla, sin por eso hastiarse, como sucede tantas veces con
escritos que transmiten una intención ideológica cerrada, dejando de lado la
complejidad misma de cada hecho histórico – complejidad intrínseca por cierto.
Esa no es la intención de la obra en absoluto, y hay ahí otro punto fuerte a favor del libro.
La noción de relato se concreta además
con la agrupación en cuatro eras características de nuestra historia: era
indígena, era colonial, era criolla y era aluvial, que funcionan como cuatro patas
monumentales que sostienen a la historia argentina. Una mirada hacia la primera
de estas eras deja en claro una gran falta que sufrimos como nación: conocemos
muy poco sobre lo anterior a la época de la colonia. Las pinceladas descriptivas
sobre el modo en que vivían los indios nativos no son más que un intento de
armar algo de la historia sobre aquellos pueblos, de los que se sabe como único
hecho histórico el sometimiento que tuvieron que pasar una vez llegado el
conquistador. Luego del sometimiento vinieron las muertes en masa y lo más
triste de todo: el gusto amargo y prolongado que deja saber que además hubo
desaparición cultural.
Luego de transitar las agitadas eras que
moldearon a la nación, hacia una identidad característica -era colonial y criolla -, se llega a la era
aluvial, que desafía al autor porque es entonces donde debe desarrollar los
hechos cercanos al hoy de la Argentina. Se describe la dinámica propia de los
cambios contemporáneos sin dejar de opinar de manera concisa pero directa. No
se escatima en hacer referencia al el reiterado fraude electoral de los
gobiernos conservadores, ni de hablar de “Alarde de demagogia”, “Demagogia
verbal” por Perón.
El
hijo de José Luis Romero, Luis Alberto, se encarga de continuar la breve
historia de la Argentina, añadiendo capítulos que muestran lo ocurrido luego de
1973 hasta el año 2013. Lo hace en plena sintonía técnica y armonía estética con los anteriores capítulos
escritos por su padre. Lo hace también poniendo como protagonista al concepto
de “democracia”, otorgándole la ponderación que se merece.
La descripción que se hace en cada una
de estas eras, en el transcurrir en el relato de los hechos, brinda una noción precisa
de qué se le jugó a la nación en esos momentos. Son cuatro momentos
característicos de nuestra historia y en ese punto también acierta el autor:
hay un buen ordenamiento de los hechos para que se comprenda qué valores entraban
juego, que conceptos se definían en el desarrollo de la nación.
Por
último, la obra tiene cierto color actual, más allá de estar escrita en su
mayor parte cinco décadas atrás. El modo en que se dinamizan los conceptos
permite pensar a la Argentina a través del presente, con todos los
cuestionamientos que sean necesarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario